Magallanes: Reparación u olvido

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Tiempo de burbujeante actividad en el cine peruano. Planta madre la semana pasada, Magallanes esta semana y para el 27 de agosto se anuncian 2 documentales: Avenida Larco y La hija de la laguna. Debe ser inédito que alguna vez se hayan estrenado dos largometrajes documentales peruanos en una misma semana. En cuanto a las ya estrenadas, sin duda se trata de películas serias y con propuestas de reflexión, y no de cintas mayormente comerciales como las que hemos venido comentando en este blog. Su suerte comercial, sin embargo, ha sido contraria. Planta madre tuvo un estreno relativamente limitado y a la segunda semana se mantenía sólo en 3 salas; es de suponer que no superó el mínimo de espectadores exigido por las poderosas cadenas como Cineplanet. En Argentina le ha ido mejor, felizmente. Magallanes, en cambio, tuvo un estreno amplio, una campaña publicitaria mayor, e incluso ya aseguró su estreno en Chile y en Colombia. Además de ganar el premio del público en el reciente Festival de Lima. ¿Habrá algo en su contenido o en su propuesta que determine estos destinos divergentes? No tanto. Gianfranco Quattrini ganó el premio de Distribución de Largometrajes del Ministerio de Cultura, gracias a lo cual pudo negociar con los cines y hacer un poquito de publicidad; pero Salvador del Solar es de Tondero Films, la productora de Miguel Valladares que transformó el cine peruano con Asu Mare. La propuesta de Tondero siempre fue combinar filmes netamente comerciales con otros más serios de tipo independiente, lo cual le permite doblarle la mano a los exhibidores, condicionándolos a comprar ambas propuestas en paquete. Por otro lado, también es cierto que Planta madre es una película más personal con algunos temas universales, mientras que Magallanes es un aporte a la discusión pública -todavía tan necesaria, como demuestran los casos de José Carlos Agüero, Lurgio Gavilán e incluso Alberto Gálvez Olaechea- sobre el proceso de violencia política que vivimos todos como país hace un par de décadas.

Spoilers a partir de aquí

La película es de excelente factura, y eso mismo me exime de comentar encomiásticamente su fotografía de la ciudad, su manejo de la edición y de la intriga, o las actuaciones del mexicano Damián Alcázar (soberbio) y Magaly Solier (impecable como siempre). También me excuso de reseñar la trama, que está basada en la recientemente publicada nouvelle de Alonso Cueto, La pasajera. Quiero centrar mi comentario en la moral de película con respecto a las víctimas y los perpetradores de la violencia. Dos críticos de cine lo han formulado de la siguiente manera:

«Celina es el rostro de la población peruana que más sufrió a causa del terrorismo, más aun, representa también a la virtud de la honestidad, pues no cede ante los vulgares ofrecimientos de quienes intentan reparar los daños del pasado con cuantiosas sumas de dinero». (Lauro Minaya)

«Y, segundo, porque la recuperación de la memoria, la exigencia de expiación o reparación provienen de los perpetradores y no necesariamente de las víctimas. Es más, en esta historia la víctima no quiere saber nada, no quiere ni recordar ni recibir ninguna compensación por lo sucedido. Al contrario, es el responsable el que busca una expiación y el hijo de uno de los perpetradores quien ofrece una reparación. De esta forma, “Magallanes” huye del esquematismo y tiene como principal virtud mostrar un pasado de graves abusos a los derechos humanos que atormenta no solo a las víctimas sino también –en no pocas ocasiones– a los propios victimarios.» (Juan José Beteta)

Quizás, en efecto, huye del esquematismo, pero, junto con él, huye también de algunos principios básicos establecidos para el tratamiento de las víctimas de violencia política. Aquí entra el concepto de reparación. Alonso Cueto habla de culpa y redención, admitiendo que «quizás son temas muy católicos», pero no repara en que el trauma colectivo de un proceso como este debe resolverse en forma también colectiva e institucional, y no sólo individual. Las víctimas ante todo quieren ser escuchadas, reconocidas por el Estado y la sociedad. Por eso se crea la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), para recoger los testimonios de las miles de personas que fueron afectadas por la guerra. También para establecer un Registro Único de Víctimas con el fin ulterior de reparar, de compensar de alguna manera a quienes sufrieron los mayores daños en un conflicto que involucró a toda la sociedad peruana. Aunque la iniciativa parte del Estado, es claro que las víctimas desean ser escuchadas y compensadas, y que sólo encarando directamente lo que pasó podremos acercarnos a la ansiada reconciliación. En sentido contrario, los sectores más conservadores de la sociedad, en especial los militares, siempre han propuesto una reconciliación fácil y unilateral que no implique deslindar responsabilidades, hacer justicia ni reparar a las víctimas. De aquí siempre han venido los cuestionamientos a la CVR.

En la película la posibilidad de la reparación está simbolizada por el dinero. Pero el dinero está manchado, y no sólo por los medios delictivos mediante los que ha sido obtenido, sino por una mancha ontógica, inherente. El dinero contamina, siempre. «Tú no me interesas, me interesa tu dinero», dice a Celina la usurera, racista y despreciable mujer que le alquila el local de su peluquería, sintetizando así la oposición irreconciliable entre la dignidad personal y el vil metal. Ofrecer dinero como lo hace Magallanes para expiar su propia culpa y la de los que lo rodeaban, sería comprar la conciencia de la ñusta, y hay cosas que no tienen precio. Para dejarlo claro, pese a que sus apuros económicos son notorios, Celina rechaza tajantemente el ofrecimiento tanto de Magallanes como del propio hijo del coronel, quien no tiene ninguna responsabilidad directa en la esclavitud sexual que sufrió Celina en su adolescencia, pero que quiere compensar las acciones de su padre. Celina incluso trata de rechazar el mismo dinero cuando se lo ofrece su tía, a quien Magallanes le ha dejado discretamente el sobre. El dinero está maldito. No hay reparación posible. Intentar compensar a las víctimas es ofenderlas. Es reabrir heridas.

¿Cuál sería, entonces, la alternativa? No hurgar en las heridas. El olvido. Lo dice Celina cuando confronta a Magallanes en la comisaría: «Deberías hacer como el coronel.» Lo dice en forma irónica, pero la frase devela la moral de la película. El coronel es un viejo minusválido que no reconoce a su propio hijo, y que no recuerda (o finge no recordar) nada del horror que sufrió y que infligió a los demas. El coronel goza del don del olvido, mirando el mar y aquejado de una paranoia que no llega a articularse como culpa conciente. No parece un destino demasiado duro para un perpetrador de violaciones y abusos a los derechos humanos.

La víctima, por otra parte, practica meticulosa y deliberadamente la misma moral. No mirar atrás. Salir adelante. Poner un negocio. Seguir, seguir, resiliencia, fortaleza indestructible. Dignidad. Cuando reconoce a Magallanes después de cortarle el pelo y afeitarlo (notable escena, por cierto, y sin palabras), cuando el trauma del pasado vuelve a ella, despierta en medio de la noche y no puede respirar, necesita correr, subir al cerro, buscar un poco de aire puro.

No cabe duda que para algunas víctimas esta puede ser la mejor solución. No se puede juzgar las reacciones de las personas ni sus formas de procesar el trauma. También es cierto que el discurso sobre la víctima le resta capacidad de agencia y la coloca en un rol siempre pasivo. Pero en una obra de ficción una víctima es simbólica y representa a todas la víctimas. Plantear el olvido como una posibilidad razonable para nuestra sociedad, plantear el retorno al trauma y el intento de reparación como errores que desencadenan consecuencias violentas, es francamente preocupante. Si Días de Santiago, por ejemplo, planteaba que lo reprimido puede estallar en forma súbita e inesperada, alertándonos contra esta opción; Magallanes nos induce a cerrar la compuerta del subconciente (es significativo que el protagonista viva en un sótano). Al final de la película, Magallanes queda libre pese a sus delitos, el coronel sigue en la tierra del olvido y tanto Celina como el personaje de Cristian Meier, la nueva víctima, deben seguir adelante y superar silenciosamente lo que les ocurrió («A mí no me ha pasado nada», dice el último, después de haber sido secuestrado, torturado y presumiblemente violado). Nada ha cambiado. Nada debería cambiar.

Acerca de jdetaboada

Arequipeño. Sanmarquino. Doctor en Literatura en Harvard University. Especialista en cine latinoamericano. Profesor en UPC e Investigador en Casa de la Literatura Peruana. Miembro fundador de AIBAL. Email: jdetaboada@yahoo.com.ar
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